lunes, 14 de julio de 2014

Brasil: el ojo de tigre.


Para todos quienes crecimos viendo a Rocky Balboa en la pantalla chica (la que era realmente chica), sabe cómo pasó de ser un don nadie a enfrentarse contra el campeón mundial de los pesos pesados, Apollo Creed. Rocky aceptó una invitación arriesgada y publicitaria para enfrentarse a Apollo. Hasta ese momento era apenas un cobrador de deudas de la mafia local, porque sabía quebrar dedos. Su entrenamiento había consistido en perseguir y atrapar gallinas y golpear cuerpos de reses en un frigorífico.
En la primera pelea, perdió por puntos ante Apollo, el público creyó que los jueces le robaron el triunfo. En la segunda pelea, ganó por décimas de segundo. El Rocky nuevo campeón vencedor se nos aburguesó.
El poco letrado Rocky ahora se vestía con trajes italianos y era portada de las revista de papel couché. Su rostro y sus victorias (falsas) constituían buena imagen para la publicidad. Vino la tercera pelea contra un desconocido Cubbler Lang (Mr. T), pensado como un trámite más. En los primeros minutos, Rocky entró al ring como una bestia, batalla fácil, pero la bestia del otro lado lo hirió, lo derrotó, lo humilló y se lo comió crudo en un marcador que se podría extrapolar como un 7-1. Para llorar.
Es la moraleja del país organizador del Mundial de Brasil 2014, que se confió como el Rocky de la saga cinematográfica y fue tan humillado que nosotros los espectadores por la televisión no lo olvidaremos jamás.
Volviendo a la saga de Stallone, a los brasileños se les ha perdido 'el ojo del tigre': la ventaja que poseen los que no tienen ninguna posibilidad de ganar y, por eso mismo, ganan.
Hoy se nos acabó el mundial, pero me queda el consuelo que ganó mi equipo favorito entre los dos que llegaron a la final. Y desde mañana guardaré mis empeños futboleros para ver si en cuatro años más soy multimillonario y viajo a Rusia en mi jet privado.
Calcule usted las posibilidades.

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