jueves, 16 de junio de 2016

Postales

Tal como las cartas de amor, las postales se van extinguiendo bajo la vorágine de la tecnología.

¿Cuándo fue la última vez que usted compró y envió una postal? Se lo pregunto porque hace un par de días, mientras esperaba la salida del bus que me llevaría a Puerto Montt, me detuve en una vitrina del abominable terminal de buses de Collao (lugar en donde se mezcla la alegría de los que vienen a esperar a un ser querido versus la tristeza de los que vienen a despedir a uno) seducido por unas postales antiguas y desclavadas que dan cuenta de una época ya extraviada en el tiempo.

No me refiero a esas magníficas ilustraciones de principios del siglo XX, obras de arte que los
coleccionistas persiguen con la misma perseverancia de un filatélico o un numismático, sino a esas fotos ochenteras relativamente kitsch y, por qué no decirlo, poco exigentes en su propuesta estética.

Infaltable es la carreta con bueyes subiendo o bajando cerros de la patria, como si no hubiese más clara representación de la chilenidad: somos una manga de campesinos. Adelante un huaso con la picana y atrás un espejo de agua y un volcán. La calidad del encuadre, ahí no más. Es como si hubiesen enviado a un fotógrafo riflero de matrimonios y licenciaturas para que se ganase unos pesos extras con la Zenit modelo EM, muy soviética por esos años.

Dentro de lo poco que iba quedando en aquel negocio que vi, me llamó la atención esa postal de puesta de sol en el mar, a la que sólo le faltaba la silueta de los enamorados besándose, o tal vez la gaviota emprendiendo el vuelo. Podría ser tanto una playa de Laraquete o una de Tailandia, nadie notaría la diferencia. Pero las comprábamos, a veces con un esfuerzo monetario extra, como si fuesen estampitas religiosas. Más encima nos dábamos el trabajo de meterlas en un sobre y llevarlas al correo, ¡en qué sombrío y cavernario mundo vivíamos!

Comencé a buscar postales antiguas, esas que por azar registraron caletas y pueblos devorados por el mar luego del 27F, y que hoy alcanzan un valor incalculable para una prueba científica del antes y el después y se me ocurre la idea de que hoy deberíamos ser previsores y salir en raid a fotografiar toda la costa de la región, pueblo por pueblo. El problema radica en que no sabemos cuánto tiempo deberemos esperar para cosechar las fotos sembradas, para que hubiese valido la pena el viaje. En mi caso, le cuento como ejemplo, estuve en Dichato varios días antes del terremoto, tomé varias fotos de mis amigos con los que andaba, y en ningún momento se me ocurrió apuntar mi lente hacia el borde costero. No se me da bien esto de las mañas adivinatorias, por lo mismo que no le pego el golpe al Loto.

¿Cuándo fue la última vez que usted recibió una postal en papel, y no en su e-mail? Ahora, la
auténtica postal es ésa: la foto de la vitrina en una estación terminal en que aparecen restos
arqueológicos de una civilización desaparecida.

Quién sabe, no sería mala idea regresar a ese antro de flaites junto al Estadio Regional para
comprar todo el stock de reliquias. Por si las moscas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario